19 abril 2008

Un tesoro muy especial


Telémaco Laertíada
En el suelo, a la sombra de un muro, yacía tendida, casi exánime debido al calor reinante, Princesa. Observaba con los párpados casi caídos la actividad que de costumbre su amo realizaba en el jardín: la meticulosa forma de sacar las hojas atrapadas en las techumbres que cubrían su lujosa casa comparada con el montón de palos mal clavados que conformaban la suya. Y era comprensible que don Emilio, viejo chocho, otrora veterano de una remota guerra, felizmente jubilado, dedicara su tiempo a estas ociosas labores domésticas que solo llenaban una fracción limitada de su extenso “tiempo libre”. Solía entonces, después de buscar algo que hacer y no encontrar nada, ir al parque a caminar en compañía de su fiel Princesa y allí hacer remembranza de sus tiempos mozos; tiempos de los cuales solo quedaban vigentes los recuerdos. Y era en esas instancias cuando Princesa se convertía en la única criatura que inconscientemente lo escuchaba. Cariñosamente se echaba junto a él y como la más ferviente admiradora miraba su rostro moviéndole su pequeña y estrafalaria cola. Consiente de la lealtad de su amiguita partía rumbo a la carnicería por unos buenos trozos de carne. Sin embargo, mientras don Emilio degustaba un exquisito y jugoso filete, Princesa, algo envidiosa, se conformaba con un plato rebosante de aquellas sobras que deja el carnicero.


Uno de los pasatiempos predilectos de don Emilio era espiar a las jóvenes parejas que destinaban el parque como lugar perfecto para dar rienda suelta a sus caprichos hormonales. Oculto tras los arbustos disfrutaba observando a hombres intachables caminar de la mano de mujeres que no eran precisamente sus esposas. Y así, en estas actividades sórdidamente libidinosas para algunos y ociosas para otros, se esfumaba su tiempo. Pero el verdadero drama que vivía don Emilio, Emmi para los amigos, era la lucha que este oponía a los días fríos y lluviosos de invierno. Aquellos días son propicios para pasarlos en casa, aferrados al calor de una buena taza de té caliente, pero lo más importante, alejados de toda existencia femenina. Don Emmi, aunque no quería admitirlo, sentía una fascinación incontrolable por las falditas... ¡especialmente por las piernas de las tiernas quinceañeras!. Muchas veces daba gracias a Dios por tener la facultad, a sus años, de apreciar aquellas féminas que hacían un poco más agradable su existencia. Incluso llegó al extremo de aceptar cierta promoción de una compañía de televisión la cual incluía (tres meses gratis) un canal especial para aquellas almas deseosas de fornicación.

Un día, de tantos, en el parque durante sus cotidianas distracciones visuales consistentes en contemplar a las parejas que allí se relajaban fijó su mirada en una que a pocos metros, detrás de un frondoso árbol, desarrollaba un ritual amoroso que jamás había visto, algo inverosímil debido a los largos años que don Emmi llevaba observando nidos de amor que se formaban con la exclusiva misión de funcionar en el parque. Estimulado por las caricias que se propinaban los enamorados, entre escotes, ligas y cierres abiertos, imaginó fantasías febriles que hasta el más osado hubiese tenido problemas de hacerlas realidad. Un impulso maligno, hizo que deslizase su mano debajo del pantalón y así frotando dificultosamente su miembro a una velocidad impactante para su edad, provocó que llegase al clímax que era propio de aquellos clandestinos amantes llenos de vitalidad. Satisfecho como hace mucho trato de ordenarse un poco. Ya repuesto se dispuso a caminar hacia su hogar, sin embargo su cuerpo no era el mismo, el placer tenía su costo, eso se notaba. Con dificultad, ¡trémulo!, caminó a su casa. Se metió a la ducha y notó algo extraño. Su miembro, aunque fuese increíble, ¡permanecía incólume y enhiesto como en los mejores tiempos!. Viendo esto y debido a las ansias que habían resurgido, decidió que mientras durase “la patita” había que aprovechar. Con todas sus fuerzas comenzó a frotar. Sin embargo no pasaba nada. ¿Qué raro? - se dijo- ¿no me hagas esto?...si en el parque fuiste tan dige conmigo ¿y ahora?...pasaron así 5 minutos de cariñito suave, como debía ser para un hombre de su edad. Excitado se propuso frotar con todas sus fuerzas hasta que el milagro se diera. Cual sería su espanto cuando de pronto como un acto inexplicable sintió un golpe muy fuerte en la zona púdica. Apreció sus manos, estaban llenas de sangre. Toco sus piernas, sus brazos, su rostro, todo andaba normal. Cuando llegó al miembro notó algo extraño: No estaba. Indescriptiblemente adolorido y horrorizado comenzó a buscar tan extraño objeto extraviado. Encolerizado y con su hombría hecha pedazos descubrió que ya nada podía ser igual: Notó que Princesa degustaba un tesoro muy especial.



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