19 abril 2008

Del ejercicio forzoso de unir 3 p históricas

Daniel Díaz Ramírez

Cuando por el año 400 a. de c. Platón escribía sus diálogos, lo más probable es que jamás haya supuesto lo que se tejería a partir de éstos con el correr del tiempo, y mucho menos habrá pensado que sobre sus espaldas, como un pilar, recaería toda la tradición filosófica occidental (lo cual parece premonitorio, pues su apodo significa “el de anchas espaldas”). Tampoco tal vez habrá imaginado que además del mundo tripartito que se conocía hasta ese entonces aparecería uno nuevo (como la reencarnación de la Atlántida o la Arcadia) que traería consigo personajes tan disímiles como un tal Arturo Prat y una tal Evita Perón. Pero qué tiene que ver Platón con estos insólitos personajes, pensarás querido lector. Solo la “P” inicial de sus apellidos y nada más. Pero forzosamente y casi por arte de magia, un bendito personaje francés (bendito, porque esto también encierra su contrario), llamado Jacques Derrida, permite unirlos.


Todo el ejercicio de lectura dialéctico que se ha hecho históricamente sobre la tradición filosófica, literaria y relativa al problema del lenguaje y el discurso, y la búsqueda de una esencia, centro o verdad absoluta, iniciado a partir de los diálogos platónicos hasta la aparición de Derrida, ha sido cuestionado y relativizado con su novísimo punto de vista deconstruccionista. Él mismo dice, en relación a la metafísica, que: “todos estos discursos destructores y todos sus análogos están atrapados en una especie de círculo. Este círculo es completamente peculiar, y describe la forma de la relación entre la historia de la metafísica y la destrucción de la historia de la metafísica” (3); y prosigue: “no tiene ningún sentido prescindir de los conceptos de la metafísica para hacer estremecer a la metafísica; no disponemos de ningún lenguaje –de ninguna sintaxis y de ningún léxico- que sea ajeno a esta historia” (3). Con esto, está planteando que todo discurso está inevitablemente ligado a todo el ejercicio dialéctico que se ha forjado históricamente, constituyendo, por ende, un eslabón más de un macro-texto universal. Por lo tanto, desde ese entonces, todos los discursos que en busca de la verdad estaban, pasaron a ser solo pequeñas verdades, porque aquel centro ordenador en el que giraban ya no existe y nunca existió. Cada discurso es una visión, o centro distinto desde donde se plantea un tema, pero que dentro del macro-texto posee muchos otros discursos contrarios relativos a lo mismo, por lo que cada uno de éstos posee su contrario, constituyéndose en un sujeto doble.

De acuerdo a este preámbulo contundente, se hace necesario, ahora, el salto al abordaje de Prat y Perón. En consecuencia, es necesaria la entrada a escena de quienes hicieron una lectura novedosa del discurso histórico referente a estos dos personajes, a saber, Manuela Infante, creadora de la obra teatral Prat y Raúl Roque (Copi), causante de la obra Eva Perón para poder justificar la entrada de Platón en la escena primera de este discurso.

En primer lugar, referente a la obra Prat, es destacable decir que es una lectura novedosa, en contraste con la lectura histórica reconocida. Es una nueva visión que traslada el centro a la esquina opuesta, a través de la ironía. Es una obra o relato que se plantea -al tomar como tema un discurso histórico de Chile- desde una óptica satírica. Es aquí donde salta al abordaje otro héroe, Hayden White, con su obra La poética de la historia, en donde aborda el tema de la sátira en el discurso histórico. Para abordar el tema de la sátira, es necesario proceder a preguntarse entonces ¿Qué significa este discurso? y ¿Cuál es el sentido de esta obra histórica?, tal cual procedería White. Antes de responder eso sí, hay que decir que la sátira es una forma de trama para explicar una narración histórica, porque existen otras formas como la comedia, la tragedia o el romance. En palabras de White: “Se llama explicación por la trama a la que da el “significado” de un relato mediante la identificación del tipo de relato que se ha narrado” (18) y una de estas formas de trama es la sátira, como se ha mencionado; y corresponde a:
un tipo distinto de calificación de las esperanzas, las posibilidades y las verdades de la existencia humana reveladas en la novela, la comedia y la tragedia respectivamente. Contempla esas esperanzas, posibilidades y verdades en forma irónica, en la atmósfera generada por la aprehensión de la inadecuación última de la conciencia para vivir feliz en el mundo o comprenderlo plenamente. La sátira presupone por igual la inadecuación última de las visiones del mundo representadas dramáticamente en los géneros del romance, la comedia y la tragedia. (21)

A partir de esto, se desprende que todo discurso histórico tiene diversas formas de ser narrado. En el caso particular de la figura de Prat, existe un relato tradicional, tipo romance, que ensalza su carácter heroico al saltar por amor a la patria, y consciente de que la contienda era desigual, al abordaje del huascar –nave enemiga por cierto- a pelear o a quién sabe qué; pero el punto es que salta dejando, con ese acto, un olor a héroe que se ha forjado a través de estos discursos históricos tradicionales romancescos hasta nuestros días. Pero, en contraste, la obra de Manuela Infante nos presenta un relato contrario a esta figura tradicional, iniciando la obra con la reiterada frase de que antes de este suceso: “le teníamos miedo a los peruanos” (16), lo que es un preámbulo al tono satírico de la obra. Es una obertura que anuncia desde ya el desmentido que trae consigo este discurso histórico triunfalista sobre la supuesta superioridad de Chile sobre Perú. La obra en sí, es el discurso contrario al tradicional. En esto la ironía juega un papel importante, ya que, como todo tipo de tropo, siempre lleva consigo un discurso doble. De hecho, el mismo White la describe como el tropo en el que: “se pueden caracterizar entidades negando en el nivel figurativo lo que se afirma positivamente en el nivel literal” (44), demostrando así su carácter dual, en el que a través de un hecho presentado de manera jocosa y positiva, se subentiende, por el tono irónico explícito de la afirmación, jugando también con el conocimiento de mundo del receptor, (porque si el receptor no conoce el hecho, la ironía no funciona) que en el plano de la denotación se está negando lo que se afirma. La obra de Infante, por lo tanto, cumple a cabalidad con estas características, al presentar una nueva historia de Prat, –jugando y juzgando como cabal, por supuesto, nuestro conocimiento de la historia contraria a la que se nos presenta- para negarnos la tradicional a través de la sátira. Esto se nota claramente en la caracterización de los personajes, en especial la de Prat mismo representado como un adolescente de 16 años, inexperto y torpe, acompañado además por la mamá, que es la preocupación constante de él. En uno de los diálogos Prat dice: “Tengo que encontrarla”(20), demostrando esta preocupación desmedida por un personaje que no debe por qué estar en la nave y que solo puede estar representando a la patria para justificar su inclusión. Ésta es quien lo ha educado indecentemente, sin el juicio necesario para afrontar un conflicto como el que lleva a cabo, en que todo se aprende de memoria o se improvisa, tal como lo demuestra Prat al final de la obra cuando el buque se está hundiendo: “Señores... (se lleva la mano al bolsillo) Un segundo por favor... (se queda en blanco)” (50), les comenta a la tripulación antes de pronunciar una especie de discurso de despedida. Los sucesos finales son tan improvisados y descuidados, al punto de que la propia madre es quien interviene en el manejo de la nave sin que nadie se de cuenta, imponiéndose como autoridad sobre el propio Prat e indicando algo de suspenso en su rol como patria-guía salvadora o que los lleva al final, a la muerte. De hecho, el que la madre de Prat sea quien maneja la nave, es indicio de la sumisión de los servidores a la patria y su disposición, incluso, a morir, como un ciego que sigue a otro ciego y caen juntos al mismo precipicio. Con relación a esto, en el diálogo final, el marino 1 respondió a la pregunta de Prat sobre quien estaba en el timón: “Su madre, capitán” (52). A tal punto es la ironía de la obra, que hasta niños intervienen en los actos. Prat en un momento dijo: “Ven acá muchacho, que disparen los niños los cañones sin balas” (41), indicando una especie de canavalización de un suceso tan serio como una batalla. De hecho, la obra tiene el carácter de representación escolar, demostrando claramente el mundo al revés del relato y que es propio de la sátira y la ironía en muchas ocasiones. Los diálogos, además, demuestran a tripulantes despreocupados de todo y hablando incoherencias que no son propias de un suceso como al que se enfrentan. Por lo tanto, todos estos elementos satíricos demuestran el discurso contrario que se plantea y que se opone como la otra cara de la moneda que lleva consigo el relato tradicional del combate naval de Iquique y la figura de Arturo Prat.

Claramente, al comparar este análisis con la obra Eva Perón de Copi, hay varios elementos en común, pero el principal es la idea de mostrar el relato opuesto al discurso tradicional que se ha construido sobre la figura de Eva Perón, pero, esta vez, en la figura del travestismo, que lo que tiene en común con el elemento irónico, y la obra Prat, es que son formas deconstruccionistas de develar las contradicciones de los discursos; en este caso el de dos figuras históricas. Además de buscar, a través de elementos barrocos, exagerados, tales constradicciones. Esta figura camp del travesti que busca ser mujer, pero al representarla de manera exagerada deja de serlo y se transforma en un nuevo personaje, es una perfecta analogía transparentadora de la figura de personajes como Eva Perón, que muestran un lado público y político distinto al que, talvez, presentan en la vida privada. Esto es, precisamente, lo que busca mostrar a través de la figura travestida de Evita la obra Eva Perón. Este sujeto doble que se encuentra en el discurso histórico y casi mítico de figuras como Eva y Prat. Por lo tanto, ambas obras -y a luz de White- son formas claras, y lo más probable, intencionadas en las que se aplica el deconstruccionismo derrideano. Son ejemplos taxativos de cómo los discursos, por el hecho de estar dominados por el lenguaje, y por ser parte de un gran meta-texto, no poseen un centro, sino que ellos por si mismos son centros o miradas distintas de un mismo suceso que hace imposible que se puedan desligar de su contrario, ya que, inevitablemente, al ser parte de una cadena, un todo, cargan consigo a su polo opuesto.

Sin duda, esta postura descentralista, es como la respuesta contraria que choca y que frena de lleno, a modo de falsa modestia, el intento de lectura dialéctico que la filosofía a forjado desde Platón en adelante por buscar un centro, una verdad absoluta que logre explicar al ser. Es un modo demagógico de relativisar todo y decir “ya basta, todos sus intentos de búsqueda son un solo discurso con distintas caras, no tienen salida, siempre arrastrarán a sus contrarios”. Es también, tal vez, una forma de comodidad y de hastío por seguir con la búsqueda de una verdad absoluta que no se ha conseguido encontrar. Porque al descentralizar todo, no se llega jamás a una conclusión final. Es más, el desmentirse constantemente, al afirmar, como lo hace Derrida en la parte final de su discurso “La estructura, el signo y el juego en el discurso de las ciencias humanas”:

Y digo estas palabras con la mirada puesta, por cierto, en las operaciones del parto; pero también en aquellos que, en una sociedad de la que no me excluyo, desvían sus ojos ante lo todavía innombrable, que anuncia, y que sólo puede hacerlo, como resulta necesario cada vez que tiene lugar un nacimiento, bajo la especie de la no-especie, bajo la forma informe, muda, infante y terrorífica de la monstruosidad. (13)

Es plantear la no-verdad, pues al afirmar que solo existe un discurso, un macro-texto alimentado por las lecturas históricas, literarias y filosóficas en torno a la verdad, que corresponde al lenguaje en sí, y que por ende cualquier intento de plantear una verdad absoluta como el mundo de las ideas de platón arrastra su contrario inevitablemente por ser imposible su desligamiento del lenguaje, lo desacredita a el mismo, pues es un no arriesgarse y no definirse como un discurso en si mismo sólido y sustentable que se puede defender luego de quedar inmóvil en el papel. Por lo tanto, siguiendo la lógica del propio Derrida, el descentro es también el centro, porque arrastra su contrario, entonces todo queda en nada, una completa aporía. ¡Es hora de que platón resucite!...



Bibliografía

Derrida, Jacques. “Estructura, signo y juego en el campo de las ciencias humanas.” La estructura y la diferencia. 1967. Trad. Patricio Peñalver. Madrid: Anthropos, 1989.

White, Hayden. “La poética de la historia” y “Burkhardt: el realismo histórico como sátira.” Metahistoria: la imaginación histórica en la Europa del siglo XIX. 1973. Trad. Stella Mastrangelo. México DF: Fondo de Cultura Económica, 1992. 13-51 y 228-260.

Infante, Manuela. Prat seguida de Juana. Santiago de Chile: Cierto Pez, 2004.

Copi. Eva Perón. Trad. Jorge Monteleone. Buenos Aires: Adriana Hidalgo editora, 2000.

Platón. Diálogos I-IX. Trad. Carlos García Gual. Madrid: Editorial Gredos, 1988.


Deja aqui tu comentario